Dec 4, 2004

¿Volamos?

“(…) porque el espíritu no va ningún lado sin las piernas, y el cuerpo no sería capaz de moverse si le faltasen las alas del espíritu.”
José Saramago, Todos los nombres

Voló. Frase escueta, frase suelta que ni aire haría si no estuviese acompañada de la fotografía de Ana Guevara, sus lentes infaltables y su rostro hecho puro tesón. Desde aquella foto en primera plana de La Jornada (28/08/2003) no he olvidado imagen tan completa, tan indescriptible, tan completa… Ana Guevara se coronaba campeona de los Grand Prix europeos y menciones no le faltaron. Una igual a la que menciono no hubo. Una frase, una palabra, que sin texto, dijo más que la obra más larga que haya trascrito un monje del medioevo. Todas las obras de auto superación, y todo el respeto que se merecen, soslayan precisión. Su espiral de desencanto envuelve al lector, que ya enredado va y compra (pide prestado, baja de la red) el próximo esperando que éste sí acierte, ya no a superarse, a decir algo y por lo menos la recomendación del mejor auto –que tosa agüita en vez de humo.

Fantaseando me topé con este cuate.

“It’s the Spitirt, stupid.” No han acertado. Nuestros cuates gringos y su comitiva de amigos y aliados, no le dan al blanco –aun con un Irak que hasta güeritos tiene. Cifras, estadísticas, no las tengo a la mano. Lo que sí se de cierto es que son muchos los adeptos. El prozac es de las drogas (calmantes) más in en el mercado estadunidense –en farmacias muy nice mexicanas también lo ofrecen. Hace algunos meses se decía que hasta don Vicente Fox las engullía. Su efecto antidepresivo ha marcado un hito en los libros contables de la industria farmacéutica. Verdaderos eruditos del sistema nervioso ya le pusieron fórmula y nombre a casi todos los químicos que nuestro fantástico cerebro segrega –todos, valga decirlo, en la cantidad exacta para cada ocasión. Información suficiente de un valor tan intangible que ni el más avieso cuenta chiles ha acertado valuar. Resultado real: no funciona, ataranta y hasta mata.

Ni a pastillitas me calman, me dijo este cuate.

Si fuese un problema matemático el más chicho de MIT ya lo hubiera resuelto. Si fuese mera cuestión de leyes, el mejor leguleyo de Harvard tendría en sus manos la sentencia. Si de política se tratara el más eficaz apaga fuegos de Yale hubiese apagado ya esta infernal matazón. Señores, ingeniosos caballeros de la argucia, si se les han agotado las opciones, si las alternativas escasean para resolver el problema en el que se han metido es porque olvidan lo más esencial de lo elemental: el espíritu de los pueblos. Que es contradictorio, no es lineal, tampoco caprichoso, pero impredecible en los momentos de suma excitación. Cuando después de andar a rastras uno cree haber encontrado el hilito, será para levantarse y verse anegado en un mar de hilitos vueltos raudal como las veredas del espíritu.

Hay búsquedas que obedecen directamente a la satisfacción de una necesidad. De las necesidades, la del conocimiento ha sido a través de la historia de la humanidad de las más socorridas. A los racionalistas les debemos buena parte de la salud que hoy gozamos. Si la expectativa de vida va en aumento es por los avances en la medicina, que no hubiesen sido posibles sin la labor tenaz de los racionalistas. Porque no conocemos todo, y queremos conocer más, el planeta sigue girando. Mientras escribo estas líneas a propulsión por el deseo de que no se me vaya la musa, un científico está completando la fórmula de la inspiración. No me extrañará, pues, enterarme en unos días del hallazgo: “cuando el cerebro se inspira libera una sustancia que si estuviese disponible en las farmacias, una gota de ésta aromatizaría todas las aguas del planeta para recreación del propio cerebro” – ya aprestan calculadoras los laboratorios del Dr. Simi.

Pero no me interesa saber, no quiero saber. Me podrán dictar, desglosar, las cantidades exactas de cada sustancia, en cada momento del día, a cada reacción, a cada instante preciso e impreciso, pero no querré saber.

Voló.

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